En las primeras épocas del amateurismo, los árbitros encargados de impartir justicia en los partidos de la primera categoría provenían de los mismos equipos participantes de los campeonatos organizados por la AAFL, por disposición de una regla por entonces vigente. De esta manera, cada uno de los clubes debía designar obligatoriamente a uno de sus socios para que formara parte del plantel de referís. Inclusive, al juez se le podía encomendar un match protagonizado por su propio cuadro, ya que su honor ni siquiera se ponía en duda. El 4 de agosto de 1907, Mario Balerdi, el joven árbitro delegado por el club Porteño, fue convocado para dirigir un encuentro en el que su equipo enfrentaba como local a San Martín. Poco antes del final del primer tiempo, con los dueños de casa en ventaja por 1 a 0, el atacante visitante Schultz conectó un centro que salió con violencia en dirección a la portería rival. Pero el trayecto de la pelota fue interceptado por Balerdi, quien estaba parado al borde del área chica. Tras pegar en una de las piernas del referí, el balón salió despedido en dirección de la valla, en la que se introdujo sin que el arquero tuviera oportunidad de rechazarlo. Para colmo de males -como si marcar un gol en contra de sus colores, encima como árbitro, no fuera suficiente-, el guardameta de Porteño no era otro que Escipión Balerdi, hermano del infortunado hombre de negro. La suerte de Porteño no cambió en el complemento, ya que finalmente fue derrotado por 3 a 2.
viernes, 11 de abril de 2008
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